Audición para Regulus Black

— Súbete la capucha. — Regulus acató la orden de su prima Bella de inmediato, a pesar de que no lo creía algo necesario. Era de noche, las nubes de Londres tapaban incluso la luna, por lo que la luz era escasa. Además, llevaba la máscara puesta, aquella tras la cual estaba condenado a esconderse para el resto de su vida, que posiblemente fuera efímera. La cuestión es, nadie contradice a Bella.

Su prima, Amycus Carrow, la hermana de este y él, Regulus, acababan de aparecerse en una zona residencial muggle de las afueras. La escena no difería demasiado de lo que Regulus llevaba viviendo durante el último año y medio. Mientras caminaban por el solitario barrio, probablemente en busca de algún pobre diablo al que matar, recordaba lo que le había llevado hasta aquella situación.

Tenía diecisiete años cuando el infierno se desató. Decían que ostentaba la distinción de ser el mortífago más joven en entrar a formar parte de las filas del Señor Tenebroso. Regulus dudaba de que aquello fuera realmente un honor. La propia Bellatrix era la que más se jactaba de aquello y fue probablemente la que extendió el rumor para que la casa Black se hiciera notar. No en vano fue ella también la que le inculcó las bondades de la pureza de sangre, la que movió los hilos para que pudiera recibir la Marca. Le debía mucho a su amada prima.

Todavía estaba en Hogwarts cuando se convirtió en mortífago, pero no tardó en abandonar el colegio poco después. El día que recibió la carta de Bella en la que le daba sutílmente las grandes noticias, tuvo un ataque de pánico. Salió del gran comedor con la cara más blanca que un fantasma y se encerró en su cuarto durante todo el día. Sabía que no tenía opción, su destino estaba marcado. No podía negarse. En serio, era imposible. Uno simplemente no le da una negativa al Señor Tenebroso.

Aquella noche, pensó en Sirius. Escribió una carta para pedirle perdón por lo idiota y engreído que había sido con él durante aquellos años, una carta donde le contaba lo mucho que lo admiraba y envidiaba, lo que le decepcionaba que le hubiera dado la espalda y haberle perdido. Entre borrones de tinta, le explicaba sus motivos. Pero, sobre todo, le pedía desesperadamente que lo ayudara. Dos días después marcaban su antebrazo. Sirius no llegó a socorrerle, Regulus no le dió la oportunidad. Nunca envió aquella carta.

Ya poco importaba qué le había llevado hasta la situación en la que se encontraba y de nada valía darle vueltas al pasado, pero Regulus no lo podía evitar. De todos modos, tenía bien claro que no había vuelta atrás, lo sabía desde que se había unido a ellos. Era una vida de servicio o la muerte, algo que sus compañeros le recordaban con bastante frecuencia. Suspirando con pesadez tras la plateada máscara, entró en la casa que acababan de asaltar. Verdes haces de luz ya brillaban a través de las ventanas.